CELTÍBEROS


EL PASADO Y LA IDENTIDAD ESPAÑOLA, EL CASO DE NUMANCIA


JOSE IGNACIO DE LA TORRE ECHÁVARRI

Dpto. de Prehistoria y Etnología UCM


RESUMEN: En el presente trabajo pretendemos hacer ver la importancia que los hechos pasados, en este caso ejemplificados en Numancia, han tenido en la constitución de identidades nacionales y culturales españolas, más allá de cualquier época e ideología. Pudiendo rastrearse su empleo para reforzar la idea de España desde la Reconquista, pero sobre todo cuando se hizo necesario rescatar del pasado las grandes glorias que ayudasen al país a superar los momentos de crisis nacional vividos, por ejemplo, con ocasión de la Guerra de Independencia, con las pérdidas coloniales en Ultramar, o durante la Guerra Civil; o para reafirmar la identidad española con motivo del advenimiento de la dinastía de los Habsburgo, con el desarrollo de los nacionalismos románticos decimonónicos, o durante el franquismo.


PALABRAS CLAVES: NUMANCIA, ESPAÑA, IDENTIDAD NACIONAL Y CULTURAL


ABSTRACT: In this paper we try to display the incidence of the past facts, in this case personalized in Numantia, who played and important role in the creation of the nationals and cultural Spanish identities, further of any time and ideology. We can perceive its employ to support the idea of Spain since the Reconquest of Spain from the Arabs, and when it was necessary show again the great glories that aided to the country to rise in different moments of national crisis: during the confrontation against the Napoleonic army, the ended of Spanish colonial Empire, and the Spanish War; or in order to affirm our identity: with the arrived of the Habsburg dynasty, with the increase of the romantics nationalisms since XIX century, or during the Franco dictatorship.


KEY WORDS: NUMANTIA, SPAIN, NATIONAL AND CULTURAL IDENTITY


INTRODUCCIÓN


La identidad nacional es un concepto de difícil definición, pero desde luego sólo puede entenderse a partir del entramado histórico que vincula a la nación con el Estado, estando a su vez relacionado con el proceso evolutivo que ha sufrido éste desde su formación (de Blas Guerrero 1997: 229). De esta forma, y siguiendo a de Blas Guerrero, el Estatismo precedería al nacionalismo, y buscaría, junto con la unidad del poder político y territorial, conferir cierta homogeneidad al elemento humano y al factor cultural, fortaleciendo al Estado y estableciéndolo como la autoridad única e incuestionable. Así, podríamos entender por identidad la imagen que el pueblo o la nación tienen de sí mismo, los rasgos que a lo largo de siglos de existencia han configurado un sentimiento y una conciencia de pertenecer a un mismo lugar, compartir una misma historia, y de participar de un mismo destino, aunque si bien es verdad que en ocasiones estos pueden ser impuestos, o en otros casos tergiversados, tamizados o dirigidos desde las esferas de poder. La mejor forma de afianzar esta autoridad es la búsqueda de identidades, máxime si permiten establecer, o en ocasiones incluso elaborar, lazos que entronquen con un pasado heroico y glorioso, digno de ser comparable con el momento que se está viviendo.


Figura 1:  Escudo del Regimiento de Dragones de Numancia.


Esta situación la podemos percibir ya de manera palpable en la España del siglo XVI, con la llegada de una nueva dinastía, la Habsburgo, destinada a regir los destinos de un cada vez mayor y más floreciente Imperio español, y que necesitaba, además, identificarse con la historia del pueblo al que iba a gobernar. No obstante, será a partir de finales del siglo XVIII, y con mayor notoriedad durante el siglo XIX, cuando, coincidiendo con el auge de los nacionalismos europeos, las diferentes naciones optaron por recurrir a su pasado, en unas ocasiones real, en otras reelaborado o incluso “inventado”, para de ésta forma envolver de cierta legitimidad histórica sus aspiraciones presentes y futuras, con la manifiesta finalidad de fortalecer a los Estados decimonónicos. En España el sentimiento de identidad nacional surgió sobre todo como reacción a la presencia francesa durante la Guerra de Independencia y posteriormente se fue acentuando gracias al papel de intelectuales como Baroja, Maeztu, Macías Picabea, Altamira, Costa, Unamuno, etc., quienes desde finales del siglo XIX abogaron, -como una forma de sobreponerse al momento de crisis ideológica y política derivado del “Desastre” colonial del 98-, por rescatar el espíritu español, “el genio castellano” del que hablaba Azorín, el “espíritu inmortal” de Menéndez Pidal, o “el misterio de nuestra alma nacional” que mencionaba Ganivet. En cualquier caso, se trataba de hacer ver que el carácter español había sido forjado gracias a una suma prolongada de hechos, situaciones y vivencias que a lo largo de muchos siglos de historia habían ido configurando el sentimiento y la idea de España, generalmente hechos pasados tenidos por significativos y que acabaron por convertirse en símbolos.


Entre los acontecimientos rescatados de nuestra historia antigua hay algunos que han primado sobre el resto a la hora de ser considerados como constituyentes de la identidad española, aunque si bien es verdad, no todos han recibido la misma atención a la hora de ser empleados con este fin. De esta forma se recurrió a figuras como Viriato, Indíbil, Mandonio, Sagunto y sobre todo Numancia, que jugó un papel destacado para consolidar la identidad, siendo tomada como ejemplo paradigmático del “abnegado patriotismo español” y para mostrar “el espíritu de nuestra raza”, toda vez que el numantinismo sirvió para definir, en épocas de crisis y de decadencia nacional, “el carácter español”, sin olvidar otros ejemplos, más literarios que históricos, como los del Cid o el Quijote, que también permitieron mostrar nuestra forma de ser y la quijotesca condición española. En definitiva, en todo esto subyace la intención de rescatar de la memoria histórica un pasado glorioso que sirviese para crear una conciencia colectiva, fundamentada en apoyos históricos extraídos de ejemplos emblemáticos ocurridos en la Antigüedad.


Antes de comenzar a profundizar en nuestro estudio, queremos dejar claro que es indudable que la identidad española no se forjó en torno a Numancia, ya que un suceso aislado, aunque éste haya sido considerado por muchos como único e irrepetible, no es suficiente por si mismo para articular un proceso tan complejo como es el de la creación y consolidación de una conciencia nacional, siendo necesario que esté arropado por otros hechos históricos que permitan reafirmar, más si cabe, su carácter; pero sí que fue éste un referente continuo al que se recurrió a la hora de buscar una conciencia nacional, debido en parte a que Numancia fue considerada como reflejo del heroismo colectivo de toda la población por encima de las pasiones y los intereses individuales; y por otro lado, por que fue vista como el ejemplo paradigmático de la lucha del pequeño contra el poderoso, y esto ha despertado siempre, en la condición humana, simpatía y sentimientos de identificación con la causa del más débil. Y aunque no es el único ejemplo en la historia de España, sí ha sido el más referenciado desde la Antigüedad por los propios autores clásicos, (de modo que es, con diferencia, la ciudad Celtibérica más citada por las fuentes), mostrándose a su vez conmovidos con su lucha por la libertad y por el trágico desenlace de los acontecimientos. Pero estos mismos autores grecorromanos fueron los que con sus escritos hicieron que el acontecimiento sobrepasase lo histórico y se vistiese de hecho legendario, narrado por historiadores de la talla de Polibio, Diodoro, Tito Livio, Floro o Apiano; alabado por filósofos como Séneca, Cicerón y Quintiliano; y cantado por poetas como Horacio, Plutarco o Juvenal, quienes dramatizaron hasta límites sobrecogedores lo sucedido en la ciudad de Numancia.


El tiempo hizo el resto, la llevó a convertiste en un mito fundido en el crisol de las leyendas, en la imagen atemporal de la resistencia por excelencia, y, a partir de diferentes impulsos ideológicos, llegó a ser considerada como un símbolo nacional y uno de los hechos de la historia de España más recurridos, más allá de cualquier ideología, frontera y época, sobre todo desde el último cuarto del siglo XVI, a partir del impulso universal que recibió su historia con la tragedia escrita por Miguel de Cervantes “La destrucción de Numancia”. Esta obra, junto con las sucesivas aportaciones posteriores que se irán añadiendo a la “historia numantina”, y sobre todo, con la ayuda que el arte va a proporcionar como vehículo difusor de las ideas románticas, principalmente a partir de la obra pictórica de Alejo Vera (1881),”El último día de Numancia”, conformarán lo que se ha dado en llamar un “mitologema nacional”, caracterizado según de Blas Guerrero (1997: 230) por la deformación de muchos de los datos empleados en su discurso y por la simplificación de los hechos históricos, añadiendo incluso atributos donde no los hay.


Figura 2: Plano topográfico de Numancia realizado por Loperraez, 1788.


No obstante, no siendo posible recoger en estas páginas todo lo que Numancia “ha aportado” y supuesto, de una u otra forma, a la historia de España (de la Torre 1998 y 1999), vamos a señalar los ejemplos más significativos que recurrieron a Numancia a la hora de reforzar la identidad nacional durante los últimos siglos, pasando por alto su empleo durante los largos años de la Reconquista, momento en el cual llegó incluso a “variar” su emplazamiento, para con ello justificar el cambio de capital del reino de León en el siglo X, de Oviedo a Zamora, considerándose ésta última como la “heredera de las numantinas glorias” y llegando a crearse incluso un obispado numantino que reforzase su nueva ubicación.


NUMANCIA EN LA IDEA IMPERIAL DE ESPAÑA


Una vez concluidos estos años oscuros para Numancia, va a volver a ser ubicada en su primigenio emplazamiento, esto es, en el cerro de La Muela, en la localidad soriana de Garray. Así lo hará ver en 1499 Antonio de Nebrija en la Tabla de la diversidad de las ciudades, villas y lugares de España, y a partir de este momento muchos otros historiadores, viajeros, geógrafos y cronistas, aunque seguirá existiendo una tradición historiográfica que se mostrará interesada, hasta bien avanzado el siglo XVIII, en continuar vinculando a Numancia con Zamora, llegando éste ayuntamiento a premiar todos aquellos trabajos encaminados a reforzar ésta teoría.


En 1541 se publicó por vez primera la obra que en el siglo XIII mandó componer el rey Alfonso X, Primera Crónica General. Estoria de España. Obviando el error de ubicación de Numancia en Zamora en la obra del rey Sabio, es de destacar el fuerte contraste a la hora de narrar dos hechos que posteriormente serán considerados como muy significativos para la historia de España: Numancia y Viriato. Al pastor lusitano se le presentaba como un ladrón que se levantó contra los romanos, un tennedor de caminos que començo a fazer mal descubiertamiente entre por las tierras, robándolas e destruyéndolas todas, lo que llevaba a justificar en sí mismo la actuación romana, en contraste con la imagen de caudillo libertador de España que se le va a asignar en época posterior, una vez “lavada” su imagen. Por el contrario, a Numancia se la presentaba, si bien es verdad que de manera bastante aséptica, como la protagonista de una guerra de los “çamoranos” contra Roma, haciendo ver el miedo que se difundió por España una vez conocida la caída de Numancia: “Quando los españoles oyeron que la cibdat de Çamora era destroyda (...) ovieron todos muy grand miedo”, y como no querían correr la misma suerte “non osso ninguno levantar contra los romanos” (Menéndez Pidal....), concluyendo con la caída de Numancia la resistencia indígena. Sin embargo lo que sí parecía digno de reseñar, en un claro mensaje aleccionador durante los difíciles años de la Reconquista contra los árabes, era que Numancia, en este caso Zamora, resistió mientras permaneció unida y que fue destruida porque “por desacuerdo se pierden las cosas, e por acuerdo se defienden” .


A partir de este momento va a comenzar a apreciarse un giro en la consideración que las crónicas del siglo XVI van a tener de la guerra de Numancia, viéndola como una guerra de España, y a los numantinos como españoles, en lo que será el preludio para considerar que la gesta numantina fue más allá del combate de sus gentes por su libertad, por sus familias y su tierra, desembocando en la historiografía posterior en una lucha por España, por los españoles y por su salvación. Los autores pretenden hacer ver en sus crónicas que la Monarquía española era la más antigua de Europa, alzándose en medio del resto de las naciones, y que por tanto, ninguna otra podía pretender una majestad semejante, mostrando de ésta forma una España Antigua digna antecesora de la España Contemporánea. En ésta línea se pronunciaban las obras de Florián de Ocampo (1543) y Ambrosio de Morales (1575), o la del cronista de Carlos V fray Prudencio de Sandoval, así como la famosa Historia de España del padre Juan de Mariana (1591), dedicada “AL REY CATÓLICO DE LAS ESPAÑAS, DON PHILIPE II”, al que escribió acerca de “las grandezas de España” para que “hallara Vuestra Majestad por si mismo (...) alabadas las virtudes en los antepasados (...); que los tiempos pasados y los presentes semejables son y como dice la Escritura: lo que fue, eso será”. A partir de ahora se va a apreciar un cambio en la visión de la Antigüedad, Viriato ya es “el famoso capitán”, “Varon digno de mejor fortuna y fin, grandeza de corazon” y “libertador de España”. Al mismo tiempo presentaba a la ciudad de Numancia como “temblor que fue y espanto del pueblo romano, gloria y honor de España”, a partir de las palabras de Floro “honra y gloria de Hispania” y las de Marco Tulio “espanto y el terror de Roma”. Y al igual que se decía en la Primera Crónica General, para el Padre Mariana, Numancia sobrevivió gracias a la concordia de sus gentes, y sin embargo fue vencida por la discordia, lo que conllevó, tras su destrucción, a poner fin a la independencia de España ya que con el final de Numancia el peligro que la amenazaba se extendió, corriendo “riesgo la salud, la libertad y las riquezas de toda España”.


Continuando en ésta misma línea podemos apreciar también como el romancero comenzó a hacerse eco de determinados pasajes que ilustraban sucesos acaecidos en nuestro remoto pasado. Es éste un hecho significativo ya que nos permite vislumbrar el grado de conocimiento que a nivel popular se podía tener de la historia y lo extendido que podían estar unos hechos que, poco a poco, van a ir empleándose para conformar el carácter nacional. Durán (1854: XXIV) consideraba a los romances como el origen de la poesía popular, confiriéndolos una gran importancia para el estudio de la historia, ya que pese a tratarse, según él, de romances imitados o formados por poetas de la segunda mitad del siglo XVI, conservan en sus relatos tradiciones populares anteriores, pudiendo apreciarse en ellos los vestigios del sentimiento íntimo de la sociedad que los produjo. Por lo que respecta a la temática que nos ocupa, aparecieron unas cuantas obras que recogían romances sobre la historia de Numancia. Este es el caso del “Sitio e incendio de Numancia” aparecido en 1587 en el Romancero y Tragedias de Gabriel Lobo de Laso de la Vega, en el que se la presentaba como una ciudad inexpugnable que fue defendida por españoles; o de los romances Ya de Scipion las banderas (anónimo), la perdida Sylva urbis Numantiae de Pedro de Rua (anterior a 1556); o la Rosa Gentil de Timoneda (1573), en la que se recogía uno titulado “De cómo Cipión destruyó a Numancia”. En estos romances ya podemos apreciar las ideas de “invencible Numancia”, ciudad de “inmortal fama”, y “antes morir/ que no de entregar su patria”; o en el Viaje entretenido de Agustín de Rojas (1604), en el que se loaban las ciudades del mundo, aparecía definidada como “Numancia la dichosa”, es de suponer que no sería por su trágico final, sino por lo que se consideraba que logró con ello.


Pero la obra insigne, no sólo de éste momento, sino de los siglos venideros, fue la tragedia escrita por Miguel de Cervantes “La destrucción de Numancia” (ca.1582), ya que fue adoptada como el símbolo histórico al que aferrarse en momentos en los que se hizo necesaria su evocación para alentar a la resistencia heroica; contribuyendo a la creación de un mitologema nacional al que se recurrió cuando, en determinados momentos de crisis ideológica, social o militar, se demandó recuperar el espíritu nacional, estereotipado en el caso que nos ocupa en Numancia y en los numantinos. Para Cervantes, España era “la sola y desdichada España” que había sido codiciada por naciones extranjeras debido a la división histórica que, según él, habían sufrido sus hijos hasta la presencia de la dinastía de los Habsburgo, quienes llegaron a la península para unificarlos y guiarlos. Para ello escogió el tema de Numancia, enclavada en el corazón de una Castilla que soñaba con dominar el orbe, y se sirvió de su trágica epopeya para justificar la responsabilidad histórica contraída por Castilla, y por ende España y la dinastía de los Austrias, para guiar los destinos de la humanidad, además de encontrar, cómo indicara Domenech (1965: 14), un excelente pretexto para hablar a los españoles de su tiempo de la grandeza que estaban viviendo y protagonizando.


La tragedia de Cervantes emplea de fondo el final al que la ciudad celtibérica está abocada, su resistencia, su sufrimiento, su feroz tenacidad y el amor de los numantinos por su patria, que les llevará a darse muerte antes que rendirse, destacando sobremanera la lucha de una ciudad sitiada por encima de las pasiones particulares o los caracteres individuales. Recurre para ello a la puesta en escena de figuras alegóricas como el Hambre, la Enfermedad, la Guerra, el Duero, o una España que se queja amargamente por el sufrimiento de sus hijos numantinos. Pero al mismo tiempo hace ver con ello que tan trágico desenlace es necesario para el porvenir de España, ya que habrá de venir quien restituya lo que los numantinos dieron por ella. De esta forma el personaje de la Fama predecirá, de manera sobrenatural, el honor y la grandeza que está por llegarle a España: “Indicio ha dado esta no vista hazaña / Del valor que los siglos venideros / Tendrán los hijos de la fuerte España / Hijos de tales padres herederos.


Estos hijos entrarán en la historia de España con la llegada de los Austrias, quienes además extenderán el valor de los numantinos por la tierra: “quien me maldice aveces yerra,/ pero no sabe el valor de esta mi mano; / sé bien que en todo el orbe de la tierra, / seré llevado del valor hispano/ en la dulce ocasión que estén reinando / un Carlos, y un Filipo, y un Fernando”. E incluso deja ver, por medio de un vaticinio del río Duero, la necesidad de la existencia de Numancia y su destrucción para justificar el destino divino del reinado de Felipe II, con el cual ha llegado el momento de España y de su Imperio: “Mas ya qué el revolver del duro hado/ tenga el último fin estatuido / de este tu pueblo numantino armado”(...) /“Pero el que más levantará la mano / en honra tuya y general contento,/ haciendo que el valor del nombre hispano / tenga entre todos el mejor asiento, / un rey será, de cuyo intento sano / grandes cosas me muestra el pensamiento. / Será (l)lamado, siendo suyo el mundo, / el segundo Filipo sin segundo. / Debajo de este imperio tan dichoso / serán a una corona reducidas, / por bien universal y a tu reposo, / tus re(in)os, hasta entonces divididos”. Cervantes, por boca del río Duero, predice en éste última estrofa la unificación de Portugal a la Corona española, así como apunta a los numerosos dominios y victorias conseguidos por Felipe II (Lepanto, la pacificación de los moriscos de Las Alpujarras, el imperio colonial en las Indias, los Países Bajos, el Milanesado, el Franco Condado...), todo ello para honor y grandeza de España, hasta alcanzar una hegemonía que le será reconocida y envidiada por el resto de naciones:“Que envidia, que temor, España amada, / te tendrán mil naciones extranjeras, / en quien tú teñirás tu aguda espada / y tenderás triunfando tus banderas”. El fin último de la obra parece ser el de justificar el destino histórico y divino de la nueva dinastía hispana como guía del mundo, avocada a consolidar ese plus ultra, a la vez que permitirá el “consuelo” de una España que llora al ver llegar el final de Numancia, pero no el de su gloria: “llegada ya la hora postrimera, / do acabará su vida y no su fama, / cual fénix, renovándose en la llama”. Una vez más, Cervantes recurre al simbolismo mitológico para hablar de Numancia, ésta vez encarnada en el ave fénix, motivo muy empleado en el siglo XVI por su gran poder evocador, como emblema de ciudades que fueron arrasadas por el fuego y que resurgen de sus cenizas (García Arranz 1996: 355) y para grandeza de las poblaciones o naciones en las que se ubicaban. Numancia fue arrasada, pero parece como si su espíritu se hubiese mantenido imperecedero con el paso de los siglos, hasta que volvió a despertar junto con el esplendor del Imperio español. No va a tratarse de una asociación casual, sino que como veremos más adelante, cuando en 1718, durante el reinado de Felipe V, se cree el Regimiento de Dragones de Numancia, el ave fénix será el emblema que se adopte como escudo del regimiento.


Pero además, con su tragedia el genio alcalaíno consiguió: “que esta pequeña tierra de Numancia,/ sacase de su pérdida ganancia!”, ya que como él mismo señaló en el Quijote, la Numancia, junto con otras obras “de algunos entendidos poetas han sido compuestas para fama y renombre suyo, y para ganancia de los que la han representado”, y aunque como señala Hermenegildo (1994: 10), no se trate de un dato histórico, si es posible que fuese llevada al corral y que su puesta en escena diese dinero, al mismo tiempo que estas representaciones debieron suponer la difusión y el acercamiento a la población de la temática numantina, consiguiendo dotarla de una dimensión universal, al llegar a ser representada más allá de nuestras fronteras y valorada por numerosos autores nacionales y extranjeros, como Goethe, el barón La Motte-Fouqué, Schelegel, Shelley o Ticknor, entre otros.


Muchas otras obras fueron realizadas y publicadas en ésta misma línea, no siendo posible recogerlas todas en este trabajo, valga como ejemplo la Historia de Sagunto, Numancia y Cartago de Lorenzo de Zamora (1589), La Numantina de Martel (ca 1590), La Numantina de Mosquera Barnuevo (1612), el estudio de Bernardo Aldrete en su Varias Antigvedades de España (1614) acerca de las fuentes antiguas y la problemática del cambio de ubicación de  Numancia, la primera estampa con la representación de Numancia grabada por Lipsio en la segunda mitad del siglo XVI, etc. En las obras realizadas durante el Siglo de Oro, ya se traten de historia de España, poesía, romances, o teatro, vamos a poder ver presentada a Numancia como una gloria española, a la misma altura que otros logros y victorias conseguidas por la monarquía hispánica como fueron  Pavía, San Quintín o Lepanto.


LA IDEA ILUSTRADA DE NUMANCIA


El siglo XVIII va a comenzar con la llegada de Felipe V al trono de España y con el inicio de la nueva dinastía borbónica. Su reinado va a nacer sumido en una guerra de sucesión a la Corona, y con él se va a reorganizar el ejército español para adecuarlo a las nuevas necesidades de la época. Por una Real Ordenanza de 10 de Febrero de 1718 (Portugués 1764: 347) todas las unidades debieron pasar a constituirse en regimientos, dejando de ser conocidos por el nombre del Coronel que los mandaba, como era preceptivo hasta el momento, para tomar en la mayor parte de los casos el nombre de poblaciones de la época, en función del lugar de acantonamiento. Excepto a los Regimientos de Dragones de Numancia y Sagunto a los que se les permitió hacerse con nombres “Ilustres e históricos de la Historia de España”. En el caso del de Dragones de Numancia pasó a denominarse así el anterior Regimiento Osuna, “en recuerdo de la heroica resistencia de dicha ciudad celtibérica” (Gavira y Marcos 1992: 26). El regimiento además acogió para su escudo de armas el ave Fénix quemándose en un nido de ramas de canela, con el simbolismo mencionado anteriormente para el ave mitológica, rodeada de estandartes y banderas cogidas al enemigo a lo largo de sus campañas, y el lema latino “PRIUS FLAMMIS COMBUSTA QUAM ARMA NUMANTIA VICTA” (Numancia antes quemada por el fuego que vencida por las armas), recogiendo el regimiento el espíritu numantino para la defensa de España, siendo además comunes las alusiones a Numancia en las diferentes acciones en las que entró en combate.


En pleno periodo de florecimiento del espíritu ilustrado se desarrolló un interés por el conocimiento universal humanístico, reclamándose la necesidad de realizar una historia crítica a partir del revisionismo de los hechos históricos, sin tener en cuenta aquellos que carecían de rigor científico y que habían sido asumidos sin más. Sin embargo, podemos apreciar como van a convivir dos tendencias: una reformista crítica, cuyo mayor exponente será Mayans, quien se mostrará abiertamente contrario a los postulados nacionalistas de Feijóo y lamentará el nacionalismo exacerbado de aquellos que alababan y celebraban al padre Flórez por defender las “supuestas” glorias nacionales, llegando incluso a ser acusado de antiespañol por defender como auténtico patriotismo la crítica de los defectos nacionales (Mestre Sanchís 1987: 337); y la opinión mayoritaria, representada por el Padre Feijóo, que se manifestaba favorable a la obras que representaban y fomentaban el espíritu nacional, y que realizaban una apología de los valores y las glorias españolas. De hecho, el padre Feijóo, en alguno de sus discursos como Amor de la Patria y Pasión Nacional y Las glorias de España (de la Fuente 1956: 141-230), va a reivindicar fervientemente a España, haciendo “apología de nuestra nación” con la finalidad de enseñar “a los españoles que viven hoy, las glorias de sus progenitores”, para que les sirviesen de modelo de comportamiento y rectitud. Entre las virtudes de los antiguos españoles que va a ensalzar están su justicia, integridad, fidelidad y honradez; y entre las glorias destacables del pasado alababa la figura de Viriato como “jefe español” y hechos como los de Sagunto y la “guerra injusta” de Numancia, con un discurso apasionado que le lleva a honrar a la ciudad celtibérica a la par que desacredita a los romanos tratándolos como traidores, alevosos, ladrones, o codiciosos en su enfrentamiento contra los “valerosos y humildes numantinos”. Por lo que respecta a otros historiadores de la época, bien representados por el Padre Flórez o Juan Loperraez, también veían la guerra de Numancia como una guerra de España, e incluso para Loperraez los hechos acaecidos en Numancia “sirven de gloria á la nación” y con sus hazañas Numancia se hizo acreedora “á que permanezcan en las historias su memoria hasta el final del mundo” ya que tan repetidas y excesivas fueron sus heroicidades con el fin de conservar la libertad de la patria” (Loperraez 1788: 250). Además, Loperraez acompañó su obra del primer levantamiento topográfico de las ruinas de Numancia y fue el primero en anunciar la necesidad de realizar en el cerro de La Muela las oportunas excavaciones arqueológicas para corroborar la historia de la ciudad “tan acreedora de memoria”.


Hasta ahora habíamos podido apreciar la intención de relacionar a la monarquía hispánica con un pasado glorioso digno de su grandeza, pero desde este momento comenzarán a surgir los conceptos de patria y patriotismo, y los hechos históricos ocurridos en la Antigüedad van a ser considerados como sucesos patrióticos realizados por sus protagonistas, siendo ampliamente desarrollados en época posterior, sobre todo a partir de la Guerra de Independencia. De esto también va a hacerse eco el teatro neoclásico, publicándose ahora las obras de Lope de Vega, o las de Miguel de Cervantes, entre ellas La destrucción de Numancia, junto con la proliferación de nuevas representaciones a la manera de las comedias Numancia cercada y Numancia destruida, ambas escritas por Francisco de Rojas Zorrilla (anteriores a 1735), o el caso de la Numancia destruida de Ignacio López de Ayala (1775), en la que se  destacaba lo patriótico de su gesta, contribuyendo a reafirmar una identidad española plasmada en la herencia de los numantinos. Sebold (1971:32) indica como la Numancia de Ayala recibió críticas positivas y negativas, caracterizándose las positivas por su tono francamente entusiasta, debido al contenido patriótico de la temática escogida para sus versos, pese a que para el gusto neoclásico no era muy atractivo el hecho de que se tratase de la historia sangrienta sobre la ruina de una ciudad. Uno de los más críticos con la obra fue Leandro Fernández de Moratín, pero a su vez ensalzó el “feroz heroísmo patriótico de Numancia y el efecto teatral que produce siempre su representación” (Sebold 1971: 32). Este efecto es lo que llevó a otros autores como José Cadalso, López de Sedano, ó Ramón de la Cruz a tratar la temática numantina en sus obras, realizando éste último en 1778 una Introducción para la tragedia Numancia Destruida de Ignacio López de Ayala, en la que se retrotraía con la nostalgia de quien ve como eran los “españoles” de Numancia y como son en su época: “Y en las historias de España / Tan constante y verdadero, / que nadie podrá dudarla; / y muy pocos podrán verlo / sin admiración y llanto, / al ver en aquellos tiempos / cómo eran los españoles, / y cómo somos en estos; lo que le llevará a preferir a la ciudad celtibérica por encima de cualquier otro suceso acaecido hasta la época o monumento construido en España: Numancia destruida siempre / Dará más honra al suelo / Español, que todas cuantas /Ciudades, cuantos soberbios / Edificios adornaron / Y adornan hoy este reino”.


“LA GLORIA DE LA NACIÓN VASCONGADA”


Desde finales del siglo XVIII comenzó a tomar cuerpo la teoría vascoiberista que pretendía explicar el origen del pueblo y de la lengua vasca desde el punto de vista filológico y antropológico. Según esta teoría los vascos serían descendientes directos de Tubal, y por tanto los primeros pobladores de la Península Ibérica, siendo el euskera la primera lengua peninsular, conservándose en el País Vasco su raza y su idioma. La hipótesis tradicional pensaba que los vascos representaban un vestigio de los antiguos iberos, y en este orden de cosas Sampere y Miquel apuntaba que “...los vascos eran una familia de los Iberos, con la misma lengua y llegados al mismo tiempo, o que estaban ya en España cuando llegaron los Iberos, y estos, en lo que respecta a la provincia de Soria, se sobrepusieron a ellos, pero adoptando la lengua Vasca, bien olvidando la suya propia, bien mezclándola hasta el extremo de formar un dialecto mixto que hoy se interpreta fácilmente por la actual lengua Euskera”.


En este marco ideológico el filólogo vasco, Juan Bautista Erro, quien posteriormente llegará a convertirse en Ministro Universal del pretendiente carlista Carlos María Isidro durante la primera Guerra Carlista, dirigió en 1803 las primeras excavaciones arqueológicas realizadas en Numancia, al auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País de Soria, más tarde Numantina. Erro analizó las inscripciones y signos aparecidos en las cerámicas numantinas que eran el objeto de su estudio, y estas le permitieron concluir que: “Este pequeño monumento de las antigüedades de Numancia nos ofrece dos nociones útiles acerca de la historia de esta memorable ciudad: primera, que la escritura Euscarana era de un uso comun y corriente entre sus naturales; que la lengua bascongada era la general de aquellos heroes que derramáron con solo su nombre el horror en medio de las familias de Roma, y enmedio de los exércitos de esta poderosa madrastra del mundo. Esta es una verdad histórica que corroboraré (....), y que pertenece a las glorias de la nación bascongada” (Erro 1806: 173).


Además, también indicaba como el nombre de Numancia respondía a un origen “Bascongado”, así como el de todos los “Generales” conocidos por las fuentes clásicas, lo que unido a “Las heroicas acciones de los Numantinos baxo de su conducta acreditan la fortaleza y la magnanimidad de su corazón, y la etimología de su nombre”, lo que demostraría que “los naturales de esta ciudad al tiempo de su ruina eran Bascongados” (Erro 1806: 175), y por ende, el nombre de Garray con que después se conoció al pueblo de fundación medieval en el que se encuentra la antigua ciudad de Numancia, le vino dado en recuerdo del trágico fin de la ciudad, y se derivaría de una raíz vasca que significaría “Ciudad que frecuentemente ha sido abrasada”, y que acreditaría la existencia del vascuence entre los numantinos aun en el tiempo de los godos (Erro 1806: 177), y su perduración en el tiempo. Ahora podemos apreciar el empleo de Numancia como soporte ideológico del vascoiberismo más que como elemento de estudio y de análisis, adelantándose en su consideración de “gloria de la nación Bascongada” incluso a las tesis nacionalistas españolas decimonónicas.


EL NUMANTINISMO Y LA GUERRA DE INDEPENDENCIA


Los acontecimientos que se sucedieron en España a causa de la invasión napoleónica (1808-1814) provocaron una fuerte reacción popular contra las tropas francesas y comenzaron a desatar el espíritu nacional, al despertar en la conciencia de la población española la sensación de revivir una página ya escrita en la historia de España. La reacción vino acompañada de una mirada al pasado, identificándose con imágenes anteriores de resistencia frente a los conquistadores, haciéndose ahora más palpable, si cabe, la consideración de las hazañas de Numancia como fruto del épico heroísmo de todo un pueblo, por encima de las acciones individuales. En Numancia se ejemplificaba la lucha colectiva y la resistencia contra el opresor, y en éste caso era como si los franceses hubiesen sustituido a los romanos, y por consiguiente, Napoleón a Escipión, en sus pretensiones de conquista. Los mensajes que hasta ese momento había aportado la ciudad celtibérica de heroísmo, resistencia y amor a la libertad, aunque ya aparecidos y empleados durante el Renacimiento y la Ilustración española, se verán ahora incrementados con otros de tinte nacionalista, sobre todo a nivel popular, que tuvieron como consecuencia su posterior exaltación por parte de la historiografía de los siglos XIX y XX, al considerarla como una épica moderna del pueblo español y como un símbolo de resurgimiento de la unidad de la nación y de su capacidad de decidir por sí misma. El numantinismo será visto como un ejemplo del patriotismo español desde la Antigüedad, como se puede aprecia gracias a las coplillas y pintadas que en los pueblos españoles aparecieron contra los franceses y que fueron recogidas a mediados del siglo XIX por el Conde de Clonard: Escucha, Napoleón, / Si como fiel aliado, / Tus tropas has enviado, / Hallarás en la nación / Amistad y buena unión; / Si otro objeto te guió, / Numancia no se rindió, / Numantinos hallarás, / En España reinarás, / Pero sobre españoles, no (Clonard: 1855: 12).


Por estas mismas fechas se publicaba en Soria la primera Gazeta Extraordinaria (8 de mayo de 1811) con los partes de Durán. En ellos se alentaba al levantamiento y a la resistencia, y cómo no, no podía faltar para ello alusiones a Numancia y a “los habitantes del nacimiento del Duero, hijos de los numantinos”. Este es el caso de los voluntarios y bandoleros en la Guerra de Independencia, que toman el nombre de numantinos para sus partidas como forma de identificar su resistencia al francés con la hazaña histórica de la ciudad celtibérica. Así, los numantinos van a ser vistos como modelo paradigmático de heroísmo y resistencia, no sólo a nivel soriano, sino nacional, sobrepasando los límites que posteriormente vaya a tener la provincia de Soria, ya que aparecerán unas cuantas partidas de guerrilleros, creadas para combatir a los franceses, que adoptaron en un principio el nombre de numantinos, imbuidos por su espíritu de lucha. De esta forma, en 1808 se constituyó la partida de los Leales Numantinos, que posteriormente se incorporaría al Batallón de Campo Mayor en Corella, y el Batallón de Voluntarios Numantinos, creado en las montañas de Soria. Poco después, por el “Reglamento para las Partidas de Guerrillas”, que aunque no aparece hasta 1812 en la práctica se estaba llevando cabo desde 1811, muchas de estas partidas se convierten en cuerpos francos para regularizar su situación, dejando de ser conocidos por el nombre de su Jefe para adoptar otro “lo más distinguido posible”. De este modo, en mayo de 1811 la “partida del Médico”, comandada por el famoso guerrillero Juan Palarea, cambió su nombre por el de Húsares Francos Numantinos (Alonso Juanola y Gómez Ruiz: 1999: 405), y poco tiempo después, a finales de 1811, organizó otra unidad, esta vez de infantería, que recibió el nombre de Cazadores Francos Numantinos (Alonso Juanola y Gómez Ruiz: 1999: 422).


Al mismo tiempo, se produjo en los intelectuales y en los artistas una reacción de patriotismo ante la invasión francesa que hizo aflorar la necesidad de rescatar las imágenes heroicas del pasado de España, para de este modo abogar por la unidad y la resistencia contra la amenaza extranjera. Fiel reflejo de esto es la actitud mostrada por el pintor José de Madrazo, quién, encontrándose en Roma con una beca de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, se mostró resuelto, según Carderera (cit. en Díez 1993: 124), a “no pintar más que cuadros de su patria”, con escenas evocadoras de la resistencia de los pueblos peninsulares frente a la dominación romana en Hispania. En esta línea realizó su famosa obra La Muerte de Viriato, y comenzó a confeccionar La destrucción de Numancia, y Mégara obligando a capitular a los romanos, de los que sólo llegó a bosquejar su composición, ya que fue apresado por las tropas napoleónicas.


Figura 3: Cuadro de Alejo Vera, El último día de Numancia, 1882.


Desde el bando francés también se relacionó la resistencia de Zaragoza con la llevada a cabo por Numancia dos milenios antes. El general Rogniat, testigo de vista del sitio, nos dice:" La alteza de ánimo que mostraron aquellos moradores fue uno de los más admirables espectáculos que ofrecen los anales de las naciones después de los sitios de Sagunto y Numancia (cit. en Toreno 1838: 365); y el autor francés Simonde de Simondi indicaba en 1811 como La Numancia de Cervantes volvió a ser representada mientras los franceses llevaban a cabo uno de los sitios de Zaragoza, en un intento por parte del General Palafox de alentar a los sitiados, incitándolos a la resistencia contra el invasor, al sentirse identificados con los numantinos en la defensa de su patria, relacionando la realidad del presente que se estaba viviendo en España con su pasado heroico y legendario. Sin embargo, éste dato ha sido puesto en duda por la historiografía posterior.


Con todo lo señalado es fácil imaginar como el numantinismo pasó a engrosar así el “espíritu nacional”, y como poco a poco se fue convirtiendo en parte del “carácter propio de los españoles” y en lo que definía a una “raza”. Esto es lo que se va a transmitir a la población española y posteriormente a generaciones de estudiantes en las escuelas, exacerbado por el fuerte rechazo social a lo extranjero que supuso la reacción a la invasión napoleónica. Por esa época Antonio Sabiñón escribió la obra Numancia, tragedia española (1813), de la que Mesoneros Romanos indicaba como vibraba de entusiasmo el público madrileño cuando, por los años 1815-1816, el más destacado y famoso actor teatral de la época, Maíquez, interpretando el papel de Mégara, declamaba los versos de la Numancia, gracias al atractivo que había adquirido todo lo patriótico. Y sobre ésta misma obra opinaría Mariano José de Larra:“la tragedia, que literalmente hablando no es de mérito sobresaliente, ha hecho el efecto que debía hacer una composición como ella, eminentemente patriótica” (cit. en Sebold 1971).


LA CREACIÓN DE LA PROVINCIA DE SORIA Y LA PRIMERA GUERRA CARLISTA


Aunque ya existían antecedentes como los del periódico docente El Numantino (1756) y el del primer establecimiento público de la ciudad de Soria creado en 1807, el Café Numantino, lo cierto es que será al acabar la guerra de Independencia cuando el mito de Numancia va a verse popularizado, en lo que será un paso significativo en el reconocimiento que gozará Numancia en la vida cotidiana a partir de ese momento. Esta identificación de la población de Soria con Numancia se hizo mucho más palpable a partir de 1833 cuando Soria pasó a convertirse, a partir de la reestructuración provincial de Javier de Burgos, en una provincia más, llegando a ser Numancia uno de los fundamentos históricos sobre los que se asiente la nueva provincia y la enseña soriana por excelencia (Pérez Romero 1994; de la Torre 199). Así lo demuestran los artículos que a mediados de los años 30, el clérigo y poeta Gaspar Bono y Serrano, autor de la tragedia Último día de Numancia y del romance A las ruinas de Numancia, publicó en el Boletín Oficial de la Provincia, dedicados a Numancia y a sus defensores, con el fin de enlazar la recién creada provincia de Soria con el recuerdo de la ciudad celtibérica, para contribuir a que se crease un sentimiento provincial soriano que fuese consciente de ser heredero de tan “glorioso pasado”. Numancia será ahora concebida como la base histórica sobre la que se asiente la nueva provincia.


Por otra parte, la agitada situación generada por la cuestión dinástica no resultó ajena a la provincia de Soria, ya que se vio incluida en la zona fiel a Isabel II y al gobierno liberal durante la primera de las guerras carlistas (1833-1839). Durante éste periodo, y la posterior Regencia de Espartero (1841-1843), las autoridades políticas y militares sorianas tuvieron la posibilidad de fomentar y estrechar la vínculos entre los numantinos y los sorianos, para que, tocando en su orgullo y patriotismo, adoptasen la causa isabelina. De éste modo, cuando hagan referencia en sus proclamas y manifiestos a la recién gestada provincia de Soria, ésta aparecerá como la “heredera de las glorias de Numancia”; o cuando animen a la resistencia y a la lucha a sus paisanos sorianos lo harán retomando el nombre y las acciones de Numancia. De éste modo el Gobierno Civil y la Junta Provisional de Gobierno de la provincia de Soria publicaron bandos alentando a la población a defender la Constitución de 1837, así como el derecho al trono de Isabel II y su “legítima causa” relacionando su lucha con la de Numancia con frases como “Recordad a Numancia que todavía existe en vuestros corazones”, para luchar contra los que “pretendían mancillar Castilla”, denominando a los sorianos como “descendientes de la antigua Numancia” o “descendientes de Megara”, héroe numantino. Más adelante, durante la Regencia de Espartero, continuará empleándose a Numancia de igual modo para apoyar al gobierno vigente: (...) Numantinos: la Junta Provincial os habla con el corazón. / Unión y paz. Sois descendientes de una raza de héroes que hace veinte siglos escribieron con su sangre un juramento igual. Siempre habéis defendido con corage vuestra independencia y libertad cuando se han visto en peligro. Hora es llegada, Numantinos, y otra página de heroismo é inmortalidad reserva la historia á los que como vosotros se glorian con el título de hijos de Mégara (Junta Provincial de Soria: 1843).


La importancia que va a cobrar a partir de éste momento la “numanciamanía” (Pérez Romero 1994) se puede observar en el gran número de comercios, cafés, calles y asociaciones que van a adoptar en Soria el nombre de Numancia, convirtiéndose en un elemento histórico de identificación colectiva. Así, la Sociedad Económica de Amigos del País pasará a denominarse, tras la guerra de Independencia, como Numantina, se va a inaugurar en 1842 como lugar de reunión y encuentro para los sorianos el Casino Numancia (Jimeno y de la Torre 200:175), al mismo tiempo que aparecerán gran número de periódicos y publicaciones de todas las ideologías titulados con el gentilicio de Numancia: El Numantino (1841), el Eco de Numancia (1842), el Sol de Numancia (1842), El Avisador Numantino (1860), el Despertador Numantino (1868), etcétera.


Mientras tanto, en las historias de España que se comenzaron a redactar en ésta época se hablaba de Numancia en estos términos: “En el Puente de Garray (...) todavía se descubren hoy á flor de tierra los restos de la heroica ciudad cuya memoria hace latir de fundado engreimiento á todo pecho español” (Romey 1839: 96). Como fruto de todo esto, en octubre de 1842 se llevó a cabo la construcción del primer monumento conmemorativo a Numancia, para devolverla en cierta medida lo que había dado por España, en un sentido homenaje de reconocimiento por parte de la nación y la población. Fue sufragado por la Asociación Económica de Amigos del País, la Diputación Provincial y una suscripción popular, sin embargo, no pudo llegar a concluirse ya que hubo que socorrer con estos fondos a las víctimas de la Guerra Carlista “en vez de levantar monumentos de gloria a Retógenes y Megara” (Rabal 1889: 107), pudiendo en la actualidad apreciarse en el yacimiento el basamento de ésta inacabada construcción. No obstante, conocemos gracias a Nicolás Rabal las inscripciones que, marcadas con lápiz, no llegaron a grabarse, perdiéndose con el tiempo, pero que reflejaban el sentir soriano de ser herederos del espíritu numantino: Si Roma orgullosa, vencida Numancia, / Juzgó sepultados valor y constancia, / Los siglos al mundo su error demostraron; / los padres murieron, los hijos quedaron (Rabal 1889: 107).


NACIONALISMOS DECIMONÓNICOS Y RESTAURACIÓN MONÁRQUICA


A mediados del siglo XIX se extendieron por toda Europa las ideas románticas de identidad nacional y patriotismo, al mismo tiempo que se retomó el interés por los orígenes de los diferentes pueblos, lo que provocó que cobrasen importancia los temas de la historia antigua con la finalidad de buscar en el pasado las raíces nacionales. Así, en Francia, Alemania, Escocia, Irlanda, etc, se ensalza a pueblos prerromanos como los galos, germanos, escotos, o britones, que se opusieron a la dominación romana y que sirvieron para encarnar los ideales de identidad nacional y crear una conciencia colectiva con fundamentos históricos, con la finalidad de vincular a estos pueblos con las aspiraciones de sus respectivas naciones. En el caso de España las ideas románticas están basadas casi siempre en temas de la misma naturaleza: la unidad nacional, la resistencia, el culto a las figuras insignes y a los grandes héroes como Retógenes, Indivil, Mandonio, Viriato e incluso el Cid o el Quijote; y la exaltación de las grandes gestas de la historia nacional, tales como la unificación religiosa visigoda, la Reconquista y la guerra de Independencia. De entre de los sucesos acaecidos en la Antigüedad, Sagunto y, como no, Numancia y los numantinos, quienes con su resistencia fueron tenidos como modelo de heroísmo e independencia a seguir, fueron considerados como una de las bases sobre la que se asentó el espíritu nacionalista español. Desde entonces en adelante el tema de la génesis, desarrollo y proceso de institucionalización de la interpretación de España, así como las ideas relacionadas con la mentalidad nacional, van a ocupar durante varias generaciones un espacio importante en la historia intelectual y política del país, siendo la Historia la que suministró las claves de la identidad nacional (Fox 1997, 11).


De nuevo vamos a vivir un momento, como ya había ocurrido durante la época ilustrada, de proliferación de las historias generales de España, en las que la historiografía liberal va a ser capaz de plasmar y de identificar un “carácter nacional español” inmutable desde la prehistoria, que va a servir para definir la identidad y la unidad nacional. La obra más destacada fue la “Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta nuestros días” de Modesto Lafuente, compuesta por 30 tomos publicados entre 1850 y 1867. Tuvo una gran difusión e importancia y, como señala Boyd (2000: 96), sirvió para crear una imagen sobre los orígenes de la nación española, mostrando al pueblo indígena como proclive de manera innata y ardiente a la independencia, identificable en ejemplos de la Antigüedad española como Sagunto y Numancia, que colaboraron a constituir ese carácter español “altivo, caballeresco, valiente hasta el heroismo y amante como ningún otro de su independencia”. En el tomo I presentaba el tema de la unión de los celtas e íberos en la meseta para crear la “raza celtíbera”, recogiendo así los postulados y pensamientos evolucionistas tan en boga en la Europa de la época, pero además, con ello Modesto Lafuente prefiguraba el posterior liderazgo de Castilla en la consolidación de la nación española hasta la culminación en la monarquía de Isabel II (Boyd 2000: 96). De la “célebre ciudad celtibérica” destacaba el hecho de que se quedase “¡sola para resistir á todo el poder romano!”, y el que tras largos años de lucha “parecía que la independencia de España (depositada en la resistencia de Numancia) estaba destinada a sucumbir á los talentos militares, para ella tan funestos, de la ilustre familia de los Escipiones” (Lafuente 1883: 448-465). Sin embargo, "Numancia, la inmortal Numancia",  había conseguido lo que nadie hubiese creido, "que cabía en lo posible exceder en heroismo y en gloria á Sagunto, Numancia, terror y vergüenza de la República (...)" (Lafuente 1883: X ).


No debemos olvidar que la Historia nació en el siglo XIX como una disciplina encaminada a la educación cívica y en el caso de España, al igual que ocurrió en otros muchos países, con la intención de emplear el pasado para apoyar el orden social establecido (Fox 1997), así como para ayudar a crear una conciencia nacional a partir de determinados temas históricos, ya que se consideraba que estos eran los que más dignificaban a la nación. Por eso en las historias de España que se escriben a partir de este momento Numancia va a aparecer definida como “Inmortal”, y cada vez va a hacerse más patente su consideración como “gloria nacional”, destacando el valor y el heroico final de sus gentes como forma de despertar en la población una sensibilización patriótica: “De este modo sucumbió la inmortal Numancia, no vencida por sus enemigos, sino á manos de sus propios hijos, (...) quedando así su memoria para eterno baldón de Roma, y para gloria inmortal de los hijos de Iberia” (Calogne, 1855). Pero sobre todo, será a partir de la aparición de la Ley Moyano de Educación Nacional (1857), momento en el que la Historia fue considerada como asignatura obligatoria, cuando estos rasgos proyectados por la historiografía de la primera mitad del siglo XIX van a ser recogidos por los libros de texto como mensajes encaminados a inculcar a los estudiantes determinados sentimientos patrióticos, mediante la exaltación del pasado glorioso, abogando por un nacionalismo de base histórica y empleando la escuela como vehículo para alimentar y perpetuar estas ideas. Con esta finalidad aparecerán los primeros libros de texto que van a ejercer una importante labor pedagógica y van a contribuir a la difusión social de los hechos históricos que más interesan destacar. Por encima de la veracidad histórica va a primar el desarrollar los valores patrios y el fomentar el espíritu nacional, ya que la Historia, para los autores de los libros de texto, era el elemento central del carácter nacional (Boyd 2000: 82). Por eso se van a tratar temas como los de los “esclarecidos españoles” Indíbil y Mandonio, Viriato como “Libertador de España”, y el de “la heroica” Numancia, defendida tan sólo por “los pechos de sus habitantes, que sirvieron de muralla” (Gómez 1855: 28-29). En cierto modo esta idea es comprensible, ya que tan sólo se habían desarrollado pequeños trabajos puntuales en el yacimiento, llevados a cabo por Juan Bautista Erro en 1803 y Eduardo Saavedra en 1853, y no se habían descubierto todavía sus defensas, pese a que ya venían referenciadas por las fuentes clásicas y en el plano de Loperraez. Sin embargo ésta idea perdurará posteriormente, de forma casi constante, para ilustrar con ella la resolución y el valor de los españoles desde la Antigüedad, al no asustarse por el número ni el armamento de los enemigos, considerándolo producto del “carácter español”. Al mismo tiempo que se comenzará a recalcar a los estudiantes el hecho de que no hubiese sobrevivido ningún numantino, prefiriendo la muerte a la sumisión a los extranjeros por su “gran amor a la patria”.


El reinado de Isabel II va a ser, junto con el de Alfonso XIII, uno de los momentos históricos más importantes para revalorizar Numancia y emplear su imagen y su símbolo para la defensa de la monarquía y del espíritu nacional. Además, en 1861se iniciaron las primeras excavaciones continuadas en la “invicta” e “inmortal Numancia” (Saavedra 1867: 31) a cargo de Eduardo Saavedra, trabajos que tuvieron una gran repercusión ya que supusieron la “confirmación científica e indudable” y la demostración incuestionable de su verdadero emplazamiento en el cerro de La Muela de Garray. Pero además, durante el reinado isabelino se llevó a cabo la conmemoración del XX Centenario de la Epopeya Numantina (1867), con un marcado carácter nacionalista y político, subyaciendo en el fondo de la cuestión los intereses que tenían los diferentes gobiernos europeos por impulsar determinados acontecimientos históricos, reinterpretando los hechos a favor de sus propias visiones históricas. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas se fueron al traste con la llegada de “La Gloriosa”, revolución que destronó a Isabel II en 1868, no volviéndose a emplear Numancia como símbolo nacional hasta que, tras la Primera República, vea la luz la Restauración monárquica de Alfonso XII. Aunque los trabajos arqueológicos van a permanecer olvidados hasta 1905, cuando vuelvan a ser reanudados en pleno reinado de Alfonso XIII.


Mientras tanto, los intelectuales y autores católicos habían estado buscando desde los años setenta la rectitud y la integridad nacional, y destacaban en sus textos como “No hay ningún otro pueblo en el mundo cuyo carácter nacional haya sido conservado más tenazmente a lo largo de los siglos” (Sánchez Casado 1867), una idea que fue en aumento una vez alcanzada la Restauración monárquica. Una de las obras fundamentales en las que se plasma este pensamiento es la de Menéndez Pelayo, Historia de los Heterodoxos españoles (1880-1882), en la que se rechazan las ideas extranjeras y se busca en la fe católica la única espiritualidad de la “patria”, los españoles son vistos como una “raza” o “casta”, en la que se aprecia una unidad cultural y religiosa rastreable desde tiempos inmemoriales. Lo mismo ocurre con otras obras de menor relevancia como la de Beltrán y Rozpide (1889: 7), en las que se insistía en la “Importancia del estudio preferente que merece la historia nacional, por que nos enseña el carácter, las ideas, las costumbres, los vicios y virtudes de nuestros antepasados, de nuestra raza y de nuestro pasado; adquirimos así pleno cabal y conocimiento de todos los elementos que han concurrido á la formación de nuestra nacionalidad”, ignorando que el carácter español había sido modelado por invasiones y conquistas que dificultaban a todas luces la pureza racial.


Sin embargo, como recoge Boyd (2000: 84), el reflejo de la historia “nacional” en los libros educativos más leídos por la juventud durante la Restauración quedaba representado de manera contradictoria, con escaso interés por los “tiempos primitivos”, al ser considerados como carentes de utilidad ideológica tanto para los liberales como para los conservadores, excepto por algunas características consideradas como perdurables del “carácter nacional celtíbero” como eran su amor a la independencia y el odio contra los extranjeros. De ésta forma, los conservadores católicos van a dar algo más de importancia a la “Edad Antigua” debido a que en ella se dieron cita la “rebelión nacional de Viriato” y los “heroicos martirios” de Sagunto y Numancia. Así los textos escolares van a presentar a Numancia como “el sepulcro de las legiones romanas” (Palluzie y Cantolozalla 1886), o como “una plaza de héroes” (Callejo Fernández 1886); mientras que en el libro de Oliveira (1894), al narrar el final de los habitantes de la ciudad se decía que: “No quedaba a aquellos héroes más recurso que humillarse o morir y prefirieron lo último, lanzándose al campo enemigo y sembrando la muerte al recibirla”, definiendo el final de Numancia como “patriótico holocausto”. Además, se va a continuar afirmando la originalidad histórica de Castilla como unificadora de las fuerzas peninsulares y creadora de su cultura (Fox 1997: 202), algo que va a quedar reflejado no sólo en los textos de la época, sino que posteriormente se recuperará y servirá para reafirmar la ideología franquista, que también va a identificar la historia de España con la de Castilla. Por eso el hecho de Numancia es importante y recurrente, porque permite retrotraer el patriotismo y el carácter nacional a unos tiempos remotos, ubicándolos en tierra castellana, al igual que ya había ocurrió con la obra de Cervantes, aunque desde otra perspectiva.


Parece evidente que el nacionalismo está íntimamente relacionado con la cultura, hasta el punto de definirla y, a menudo, “inventarla” (Fox, 1997: 22), ya que según él, la interpretación que se haga va a ser resultado de determinados productos culturales como la historia, la literatura o el arte, que proporcionan imágenes e ideas para ordenar el comportamiento de los individuos, o para definir su pensamiento. Las obras de arte de carácter histórico, fomentadas ya desde mediados del siglo XVIII por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, habían comenzado a cobrar una gran importancia para ilustrar y enseñar a la sociedad ciertos sentimientos e ideales a través de la representación de temas extraídos de la historia antigua de España, permitiendo con ello que se llevase a cabo una relectura ideológica del pasado que alcanzará su mayor aceptación y difusión en el siglo XIX, actuando como vehículo de expresión de la ideas románticas y nacionalistas con una clara finalidad didáctica. La Academia de Bellas Artes va a elegir para ello temas artísticos extraídos de la historia antigua, en muchas ocasiones a partir de las obras del Padre Mariana o de Florián de Ocampo, tales como la guerra saguntina, Viriato o Numancia. La temática numantina fue plasmada por pintores neoclásicos y románticos de renombre de la talla de Ribera, Madrazo, Martí Alsina, Sans Cabot, entre otros, aunque la obra de mayor relevancia será la de Alejo Vera, “El último día de Numancia”, realizada en 1881. Fue muy criticada por sus contemporáneos por la falta de verismo histórico, aunque supuso otro paso más a la hora de “sacralizar” a Numancia y contribuyó en gran medida a la construcción del mito, ya que a partir de ese momento, cuando se plasmen en los manuales y libros de texto escolares la historia de Numancia, la imagen representada va a ser la de esos numantinos y numantinas retratados por Vera quitándose la vida, eso sí, adornados con mensajes patrióticos y aleccionadores como moraleja a ese final.


Figura 4:  Portada del Avisador Numantino, 1905


Por estas mismas fechas y toda vez que se había conseguido la Restauración de Alfonso XII, Numancia fue declarada Monumento Nacional por Real Orden de 25 de agosto de 1882. Poco tiempo después, el Segundo Batallón del Regimiento San Marcial, último que estuvo de guarnición en Soria, quiso dejar constancia, con una “muestra de amor patrio”, de lo que para el Ejército español significaba “en el historial glorioso del valor temerario y la bravura heroica de nuestra raza, la invista Numancia” (AA.VV 1912: V), y se despidió de Soria levantando  un monumento dedicado “A los valerosos numantinos”.


NUMANCIA COMO ESPEJO REGENERACIONISTA


Todos los postulados esbozados hasta el momento van a verse acentuados desde finales del siglo XIX, como consecuencia de los reveses sufridos por España al perder sus últimas posesiones coloniales en Ultramar, junto con otros dos hechos señalados por Fox (1997: 12) como fueron, el fracaso de la Restauración y la influencia de las mentalidades nacionales europeas. El Desastre del 98, del que se consideraba que España había salido derrotada, invertebrada o incluso muerta, sumió al país en un hondo pesimismo general y en una lenta apatía que conllevó una crisis de la identidad nacional. Esto provocó en los pensadores, escritores y políticos la necesidad de buscar la Regeneración del país, reclamando una nueva España a partir del examen del origen de su ruina y decadencia, que para Miguel de Unamuno “residían en que ya no hay Quijotes”. Era necesario el regeneracionismo, pero al mismo tiempo el país era incapaz de regenerarse (Santos Juliá 2002: 33), y así, las clases intelectuales a las que pertenecían Unamuno, Ortega, Maeztu, Altamira, Ganivet ó Almirall, entre otros, criticaban a un pueblo incapaz de sentir y de escuchar, y culpaban a la clase política decimonónica de conducir al país a la decadencia y a la degeneración, y de haberse olvidado de la cultura. Por eso Azorín demandaba actuaciones ya que “no se podía permanecer inerte ante la dolorosa situación de España”, y definía a la generación del 98 como una generación historicista que buscaba la “continuidad nacional”, en ésta misma línea dirá Ortega y Gasset que “el hombre no es naturaleza, sino historia”.


A partir de este momento observamos la insistencia de los pensadores españoles por definir los rasgos de la identidad colectiva española y por reafirmar una cultura nacional de naturaleza histórico-política, fomentando en sus obras las ideas que reafirmasen la mentalidad nacional y que buscasen en la historia la ansiada continuidad y ese “carácter español”, invariable a lo largo de los siglos, con los que se pudiese definir una España “eterna e inmutable”. Para ello se hacía necesario regresar a una edad de oro y evocar las excelsas cualidades de “lo español” desde tiempos inmemoriales. A la hora de definir su idiosincrasia y peculiaridad los autores van a destacar del español su individualismo, su amor por la libertad y su sentimiento de independencia, viendo en Numancia un espejo al que asomarse como modelo para obtener “la santidad, la inmortalidad y la fama”. El espíritu de España se revela, según Azorín, en Numancia: “No se rindió Numancia y no se rindió Baler. No se acaba en España la santidad. No se acaba el heroísmo. Baler nos atestigua que el espíritu de Numancia no se ha extinguido. La guerra con Estados Unidos fue un desastre; pero fue también una demostración del espíritu heroico de España (...). Y allí mismo, en la isla de Luzón, se estaba escribiendo la página más brillante que desde Numancia, sí desde Numancia, ha escrito el heroísmo español” (Martín Cerezo 2000). Numancia de nuevo vuelve a ser tratada como símbolo de integridad y como un valor espiritual de referencia al que aferrarse, ejemplo de persistencia de unos valores que pretenden dejar atrás la contaminación de todo lo extranjero a la que se estaba expuesto:“En estas postrimerías de la decadencia española, cuando el desastre abate las frentes de los conquistadores del mundo (...) por la pérdida de nuestro dilatado y rico imperio colonial, la grandeza y el heroísmo de Numancia perduran, sirviendo de estimulo constante a los defensores de la integridad nacional, que no vacilan en derramar su sangre y en inmolar sus vidas en el sacrosanto altar de la Patria, en holocausto de su libertad e independencia” (Arambilet, 1904). Así, la nacionalidad española se va a apoyar e identificar en la grandeza de Numancia porque “A medida que fue afirmándose y agrandándose la nacionalidad española, se afirmó y creció la significación de la epopeya numantina” (Vera, 1906). También los manuales y libros de texto se hicieron eco de ésta situación y emplearon la historia para plasmar el proceso de unificación territorial, recogiendo ese carácter nacional inmutable desde tiempos de los celtíberos: “El rasgo característico de aquellos españoles era el espíritu caballeresco (...) por la libertad y la independencia habrían dado cien veces su vida” (Ortega 1908: 76) al igual que se presentaba a Numancia y a los “bravos Numantinos” como los continuadora de esa “titánica lucha” iniciada por Viriato, quien había recogido el “eco fiel de la protesta de los españoles” contra los romanos (Ortega 1908: 78-82).


No obstante, casi al mismo tiempo surgirán voces discrepantes dentro del movimiento regeneracionista que propondrán otras maneras de enfrentarse a la crisis, frente a los posicionamientos más historicistas y tradicionalistas de una ideología liberal que comenzaba a agotarse. Rafael Altamira, en su discurso de apertura del curso académico 1898-1899 de la Universidad de Oviedo, demolió cuatro mitos, cuatro “leyendas de la Historia de España”, como eran la riqueza del territorio nacional, la decadencia natural de la “raza”, el carácter religioso de la Reconquista y la leyenda de la resistencia de Sagunto, ya que las consideraba un obstáculo para que la nación se conociera así misma y por tanto se regenerase (Altamira 1898). En ésta misma línea otros intelectuales de la época como Ángel Ganivet y Joaquín Costa, preocupados por la decadencia de su patria, se sumergieron en el pasado para descubrir el secreto de su grandeza y originalidad, pero desde posiciones mucho más críticas, cansados de escuchar las alabanzas de las pasadas glorias nacionales. De ésta forma, para Costa la única forma de hacer honor a nuestro pasado era poniéndole “punto y final”, echando “doble llave al sepulcro del Cid”, a la vez que denunciaba el que se fomentasen y se ensalzasen algunos acontecimientos históricos de España para ocultar la desazón presente, “Deshinchemos esos grandes nombres: Sagunto, Numancia, Otimba, Lepanto, con que se envenena nuestra juventud en las escuelas, y pasémosles una esponja. (Costa 1914). Todo esto era debido a que en los manuales y en los institutos españoles, desde la década de los ochenta, se había instruido a una población principalmente rural para que los mitos y las leyendas históricas constituyesen la base de éste patriotismo (Boyd 2000: 93)


En éste contexto social de pesadumbre nacional se va a construir en 1905, sobre las ruinas de Numancia, otro monumento dedicado a honrar su memoria, ya que la situación que vivía España ofrecía un caldo de cultivo idóneo para el uso de la ciudad celtibérica como exponente de los valores patrios a seguir (Jimeno y de la Torre 1998: 476). Desde las páginas de la Ilustración Artística (26 de agosto de 1905) se definía como una “empresa eminentemente patriótica que borra una vergüenza nacional, cual era la de que sobre el sitio que ocupó la gloriosa Numancia no hubiese algo que indicara donde existió”, y con ello se conseguiría que “todos aplaudamos la gloria de Numancia, que es la gloria de esta Patria, que siempre fue grande y a la que todos nos debemos” (Ciria 1905). Se quería establecer con ello una estrecha vinculación e identificación de Numancia con las esencias patrias, pero al mismo tiempo también de Soria con la naturaleza numantina (Jimeno y de la Torre 1997). La grandeza de Soria se apoya en esta identificación, que va a contar con el respaldo de todas las instituciones, asociaciones, políticos y personalidades sorianas, unidas en torno a esta iniciativa: “Para los sorianos, la patria chica, que es nuestra familia, nuestra religión, nuestros amores, nuestro corazón, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro porvenir, está simbolizada en Numancia... Numancia fue grande por la inmensidad de su heroísmo;... y Soria lo será también por honrar y enaltecer sus glorias del pasado, por guardar en su memoria, en sus tradiciones, que es como guardarlas en su corazón, las grandes virtudes de aquellos héroes numantinos, que supieron conservar el hogar” (Arambilet 1904). Se observaba una identificación entre el olvido de la gesta numantina y el olvido y marginación económica y política que estaba sufriendo la provincia de Soria, que se consideraba amenazada de desaparición. Por eso se va a utilizar Numancia para reclamar la atención sobre la provincia y reivindicar la importancia de lo que Numancia y Soria han dado por España, presionando así al Estado a hacer justicia y reconocer esa deuda histórica. Se demandaba con ello que el sacrificio y abnegación de Numancia por la patria fuese correspondido por ésta, máxime cuando se consideraba que era lo más respetable que se había hecho por España, y se apelaba a que un país que olvida su grandeza es un país hacia la decadencia y el desastre.


A la inauguración de éste monumento acudió el rey Alfonso XIII, quien ya había podido contemplar, junto con los Príncipes de Asturias, las ruinas de Numancia dos años antes, al realizar una visita oficial a Soria. Este hecho va a coincidir además con la reanudación de los trabajos arqueológicos en el yacimiento, que serán llevados a cabo por un equipo alemán encabezado por Adolf Schulten y financiado por el Kaiser Guillermo II, en respuesta a su nombramiento como Coronel Honorario del Regimiento de Dragones de Numancia. Resulta paradójico el hecho de que Schulten se declarase en repetidas ocasiones, sobre todo en las publicaciones científicas internacionales, como descubridor de Numancia, “la hasta entonces en vano buscada ciudad ibérica de Numancia había sido hallada” (Schulten 1953:18), al mismo tiempo que manifestaba que hasta que él llegó y empezó sus excavaciones nadie se acordaba de Numancia, olvidando los años de trabajos anteriores, el reconocimiento institucional y social con la construcción de monumentos, la asimilación de la historia de Numancia a la historia de Soria y de España, la declaración de Monumento Nacional, etc. Estas afirmaciones, junto a otras desafortunadas declaraciones “anticastellanas” del profesor alemán, al afirmar que la única forma de que España se incorporase a Europa y dejase de ser africana era que los castellanos quedasen reducidos a la condición de colonos de los catalanes, u otras similares tales como “la burla francesa de que África empieza en los Pirineos es una verdad como un templo” o de animal calificaban los antiguos la vida de los celtíberos, y lo mismo sigue siendo hoy día” (Schulten 1913), y que se debían a la herencia evolucionista cultural decimonónica, así como a la perspectiva imperialista y colonialista con la que se presentó en España, no hicieron sino herir los sentimientos de la población y generaron una reacción dialéctica contra la persona y los trabajos de Schulten. Uno de los protagonistas de esta oposición fue el abad Gómez Santa Cruz, quien se hizo eco del malestar social manifestado tanto en los diarios sorianos como en la prensa nacional (Jimeno y de la Torre 2000). Esta reacción provocó, en palabras del propio profesor alemán, que unos “exaltados” pidiesen su retiro inmediato ya que “tenían a mal que unos extranjeros hubiesen descubierto el célebre lugar y reclamaban para España la continuación de las excavaciones” (Schulten 1914). Sin embargo, a Schulten se le permitió continuar durante casi una década trabajando en los campamentos romanos del cerco establecido por Escipión, como si sólo fuese indecoroso para la nación que excavase en Numancia; y los campamentos, por el hecho de ser romanos, no tuviesen la misma importancia que la denominada “gloria nacional”. De esta forma, los trabajos de Schulten en la ciudad fueron continuados de manera ininterrumpida, entre 1906 y 1923, por una nueva Comisión Ejecutiva de Excavaciones perteneciente a la Real Academia Española de la Historia, que se iba a encargar en lo sucesivo de desenterrar las ruinas de Numancia.


No cabe duda de que el nacionalismo cultural desarrollado desde finales del siglo XIX había calado e influido notablemente en la arqueología, al ser interpretados los resultados de sus investigaciones con fines políticos, sobre todo a la hora de conferir importancia a la búsqueda de los orígenes nacionales, llegando en muchas ocasiones a aportar conclusiones no siempre reales y a condicionar los resultados de los trabajos arqueológicos. En esta línea podemos observar como en las publicaciones de los miembros de la Comisión Ejecutiva, de la que formaban parte entre otros: Saavedra, Taracena, Mélida y González Simancas, los trabajos en el cerro eran considerados como “una empresa nacional”, por lo que “tal ciudad representa en la Historia patria” (AA.VV. 1912: 3). Además, Jose Ramón Mélida afirmaba que las excavaciones en Numancia eran “una deuda nacional”, la historia de la ciudad un “hecho del que está orgullosa nuestra patria”, y su escenario“el teatro más antiguo del alto ejemplo de heroísmo hispano y en nuestros tiempos de la dichosa exhumación de una riqueza arqueológica nacional”. Y es que la finalidad de la Comisión era la de “levantar el postizo romano” para conservar los restos de la ciudad indígena (obviando, por falta de interés, todo lo romano), y revivir con ello“la página gloriosa que en la historia patria llena con indelebles rasgos la gloriosa Numancia” (Mélida 1917), que para otro arqueólogo de la Comisión como González Simancas (1926: 272) “forman parte de aquel grandioso relicario donde la tierra guarda aún tantas memorias demostrativas de la cultura ibérica y del patriotismo y fiero valor de los celtíberos”.


Para aprovechar esta coyuntura social de reconocimiento de Numancia y como forma de denunciar el olvido que padecía la provincia de Soria por parte del gobierno de España, en febrero de 1922, Pelayo Artigas, catedrático del Instituto de Soria, propuso que se cambiase el nombre de la provincia por el de Numancia, conservando el de Soria tan sólo para la capital (Jimeno y de la Torre 1998: 479-480). Esto dio lugar a una encendida discusión y a una entusiasta acogida en la prensa local. El cambio de denominación fue visto por algunos como una garantía para la supervivencia de la provincia y la solución para los complejos de inferioridad y atraso que acusaban los sorianos (Pérez Romero, 1991). Pero la división de opiniones entre los políticos sorianos, -debido a que los representantes de la izquierda se opusieron al cambio de denominación-, supuso que desde las páginas del Noticiero de Soria se reflexionase sobre “si es con él (el cambio de nombre) o con la conducta que necesitamos seguir en lo sucesivo, con lo que obtendremos ferrocarriles que crucen nuestra provincia, canales y pantanos, empresas...”. Esto supuso la ruptura definitiva en la opinión soriana de la identificación de los problemas de Soria con Numancia; es decir, se había considerado a Soria como una nueva Numancia asediada y castigada por el sistema económico y político salido de la revolución, una provincia abocada a la destrucción y desaparición (Pérez Romero, 1991).


Casi al mismo tiempo los trabajos en el cerro llegaron a su fin debido a que en 1923, con la llegada de Primo de Rivera al poder, se interrumpieron las subvenciones, al igual que ocurrió en muchos otros yacimientos, y ya no se continuaron desarrollando las excavaciones en la ciudad, poniendo fin a la etapa más larga de intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en Numancia hasta la fecha.


NUMANCIA: ALMA REPUBLICANA Y CORAZÓN NACIONALCATÓLICO


Durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1931) se van a extender las ideas nacionalcatólicas, ya desarrolladas en el último cuarto del siglo XIX, sobre todo a partir de los postulados que Angel Ganivet (1897) había plasmado en su “Ideario español”, en el que se hablaba de la “constitución natural de la raza” y de restaurar “el carácter español a su forma originaria”. Por eso ahora vamos a poder apreciar las preferencias por mitos como los de Numancia, Lepanto y Otimba, incluso sobre símbolos contemporáneos como la bandera, el mapa o la monarquía (Boyd 2000: 166) a la hora de buscar la identidad nacional, ya que lo más característico del “genio” de la “raza española” estaba en la espiritualidad y en los valores que perduraban en el mundo moderno, y que posteriormente servirán de referencia para la época franquista. La Raza fue el título escogido para la obra de Ruiz de Romeo (1926) en la que calificaba a ésta como constituyente del factor espiritual más importante en toda civilización, y junto con el suelo y el clima “se hallaba representada en España por un conjunto de pueblos de los que, cada uno, dejó, indeleble, en la tierra hispana sus caracteres peculiarísimos, de tal modo, que en el pueblo español se ven reflejados, en forma patente, aquellos rasgos más salientes por los cuales se distinguieron. Por eso no serán de extrañar textos en los que se alabe la importancia de la historia nacional con la finalidad de sacralizar los hechos considerados más importantes. En ésta línea, Pascual Santa Cruz Revuelta, en España sobre todo diría que: “De rodillas, ante ese cementerio del cual surgió, como rosa sobre un vasto osario, la Nación española, tú debes prometerle solemnemente conocerla para amarla, y pagar con tu sacrificio diario en sus altares, el gran sacrificio secular de millones de admirables compatriotas” (Santa Cruz 1926: 135).


Dentro de estos rasgos convenía resaltar el amor a la patria que habían demostrado los numantinos, ya que habían contribuido, con su sacrificio, a consolidar la nación. Por eso, textos como El libro de España de Edelvives (1928: 46), reeditado durante la Guerra Civil, exhortaban a que lo ocurrido en Numancia y lo que aportó a España “no lo debe olvidar ningún español (...). Más aún, todo español debería ver las ruinas de Numancia dando su postrer aliento a la independencia de la Patria, porque “Todo aquello es sagrado”. En unos momentos en los que lo que interesaba destacar era el carácter español de todo lo bueno acaecido en la Antigüedad, incluso las aportaciones culturales, artísticas e históricas de la prolongada presencia árabe en la Península eran consideradas como “una cultura española” ya que “los musulmanes eran casi todos españoles” y “casi no corría sangre oriental por sus venas” (1928: 307). Sin embargo, la proliferación de noticias de este tipo llevaron a Primo de Rivera a denunciar ante el Consejo Real de Instrucción Pública el hecho de que “el Estado debería encauzar la mente del joven para fortalecerla y darle una educación (...) alejada de las exageraciones de quienes por un exaltado optimismo nos presentan a España como el país dotado de todos los dones providenciales o de los que, al contrario, por un acentuado pesimismo, la desposeen de todo lo bueno” (cit. Boyd 200: 158).


Durante la II República (1931-1936), se va a personificar una identidad nacional a través de la plasmación de nuevos símbolos como las Cortes de Cádiz o la Primera República, al mismo tiempo que aparecerán nuevos héroes, escogidos no por ser españoles sino republicanos, Mariana Pineda, Pablo Iglesias o el capitán Galán, de los cuales se va a ensalzar su universalidad y no su españolidad (Boyd 2000: 196), aunque la finalidad va a ser la misma que en el siglo XIX, la de utilizar la historia para transmitir patrones morales y ejemplificadores. Aún así, habrá símbolos tradicionales que seguirán sirviendo para inculcar determinados valores. De hecho, en el nuevo bachillerato decretado por Villalobos en 1934 se ordenaba para el curso inicial el estudio de algunos héroes y mitos de la Antigüedad, sobre todo “españoles” protagonistas de la lucha contra Roma: Indíbil, Mandonio, Viriato, Sagunto y Numancia, junto con otros más modernos como el 2 de Mayo o la conquista de América. De ésta forma, el tema de Numancia se seguirá tratando en un tono patriótico similar al de etapas anteriores, aunque de manera menos recurrente y de una forma algo menos exacerbada: “¿Dieron ejemplo de patriotismo los españoles de aquel tiempo? Muchísimos: sólo citaremos los gloriosos triunfos de Viriato y la heroicidad de Numancia” (Edelvives 1934: 14), predominado más el carácter descriptivo en su tratamiento y evitándose los adjetivos apasionados para definirla: “formidable ciudad” (Bruño 1933) o “heroica ciudad” (Aguado 1932).


Figura 5: Visita de Alfonso XIII a Numancia, 1905, en la inauguración del monumento dedicado a honrar su memoria.


No cabe duda que los acontecimientos que sucedieron en España en el año 1936 hicieron que no pudieran desarrollarse estas ideas, con lo que, por la poca duración de los periodos históricos de Primo de Rivera y de la II República, apenas hubo tiempo de generar y desarrollar una ideología sólida en los libros de texto. La Guerra Civil Española (1936-1939) permitió que se rescatase y emplease la grandeza de Numancia por ambos bandos en litigio, si bien es verdad que ahondando en cualidades diferentes, según la ideología de base, pero partiendo de premisas e ideas ya utilizadas con anterioridad en otros momentos históricos. Así, la España republicana recurrió a la historia de Numancia como espejo en el que mirarse durante el sitio de Madrid, en la misma línea del “no pasarán” del eslogan acuñado para defender la capital republicana de la amenaza de las tropas del General Franco. Rafael Alberti estrenó en las navidades de 1937 su “adaptación y versión actualizada” de la Numancia de Cervantes, quién como “poeta y militar, se hubiera sentido orgulloso de asistir a la representación de su tragedia a poca distancia de las trincheras enemigas” (Alberti, 1975: 9), ya que su obra iba a ser representada “-en un teatro de Madrid!, ¿comprendéis?-, a poco más de dos mil metros de los cañones facciosos y bajo la continua amenaza de los aviones italianos y alemanes” (Alberti, 1975: 7). Para Alberti, tanto los soldados del Ejército Popular como los ciudadanos y defensores de Madrid que la presenciasen sabrían apreciar lo que esa representación significaría y lo que tenía de “transcendente e histórica”, por que “aunque la gravísima situación militar de aquella diminuta ciudad celtíbera, (...) el heroísmo y glorioso final de todos sus habitantes disten mucho de podernos ofrecer un exacto paralelo con nuestra capital republicana, en el ejemplo de resistencia, moral y espíritu de los madrileños de hoy domina la misma grandeza y orgullo de alma numantinos” (Alberti, 1975: 7).


En esta ocasión “los numantinos” participaron en la contienda luchando en ambos frentes ya que, en 1936, Benito Artigas Arpón organizó en la provincia de Soria el Batallón Numancia, que combatió en el frente de Guadalajara integrado en la 35 Brigada Mixta del Ejército Republicano; mientras que en el bando nacionalista se constituyó el Tercio de Requetés Numantinos que, mandado por Nicasio Trilles, conformó el VII Cuerpo de Ejército, dentro de la 72 División mandada por el General Ricardo Serrador. Al mismo tiempo, las tropas italianas encargadas de la defensa del aeródromo de Garray levantaron un nuevo monumento sobre las ruinas de Numancia, esta vez dedicado a IL DUCE, en lo que será un recuerdo a sus antepasados romanos que anduvieron por la ciudad. Dicho monumento fue retirado cuando las tropas italianas dejaron su participación en la contienda, seguramente por que no se consideró oportuno para la memoria de la ciudad de Numancia, que tanto había sufrido en su lucha contra Roma.


Por su parte, el bando nacionalista se aferró más al carácter inmortal de Numancia y a la transmisión de su abnegada lucha por España a los escolares, para que se empapasen del patriotismo histórico del español. En plena contienda, José María Pemán (1938) escribiría un libro que iba a ser, según él:“Texto oficial para las escuelas públicas de la Nación”, en el que se daban las consignas que debían ser seguidas por los maestros para hacer que “los niños futuros tomen definitivamente partido por España”, procurando con ello “sobreexcitar y utilizar esa gran fuerza infantil, hasta ahora tan desaprovechada en España, que es el entusiasmo y la facilidad para “tomar partido” (...)”. Entre los hechos gloriosos y contagiosos que debían enseñarse a los niños estaba la historia de Numancia: “Tocarla (aludiendo a las campañas romanas en la Meseta) era como tocarle a España el corazón” (Pemán 1938), mientras que otros textos como el de Seix y Barral definían a Numancia como “otro gran santuario de la heroicidad española” (Nualart 1939: 2)


Acabada la guerra, el interés se centró más en el control de la Historia y de los mensajes didácticos dirigidos a los escolares como manera de inculcarles una identidad nacional, pasando a convertirse en dogmas históricos de la fundamentación ideológica del nuevo régimen establecido. De hecho, en los primeros años de la etapa franquista, Luis Ortiz Muñoz advertía sobre la necesidad de controlar la educación en las escuelas como forma de transmitir  los conceptos patrióticos a las generaciones futuras y como único modo de contrarrestar las enseñanzas transmitidas por la educación laica de época republicana. "no triunfará la nueva España si no conquista la Escuela". De este modo, los libros de texto son escritos "para que las almas infantiles se eduquen ya, siempre, en el amor noble y puro a la gran Patria española" (...) incidiendo en "El valor de la historia en la formación del espíritu del niño. Sobre todo desde el punto de vista patriótico y moral" (Ortiz Muñoz 1940). Con estos postulados didácticos no es de extrañar que los primeros años de la posguerra fuesen los más radicales a la hora de enviar mensajes aleccionadores a los jóvenes escolares y que se pretendiese relacionar de manera directa ciertos acontecimientos de la contienda con la historia de  Numancia: “El germen de heroísmo empleado por nuestros soldados en Oviedo, Belchite, el Alcázar de Toledo, etc., hay que buscarlo en Numancia. Entonces, como ahora, el español no se asustó por el número y armamento de sus enemigos” (Trillo 1942). Más allá de recuperar la historia de Numancia, el interés radicaba en vincular lo que de patriótico y definitorio del carácter nacional había tenido a la hora de conformar ese espíritu inmortal como base de la identidad española, y es que hasta tal punto se reconocía lo que había aportado con su gesta, que en la letra del himno de España realizado por Eduardo Marquina, en su tercera estrofa se cantaba: ¡Viva España! / La Patria con Numancia / decidió morir / ¡y España es inmortal! (Domínguez 1941).


Muchos otros libros de texto incidirán en el carácter y en los aspectos raciales que definen lo español y que ya veían plasmados en los numantinos: “si alguna vez el temperamento de una raza se ha demostrado hasta extremos aparentes sobrehumanos, esta fue la lucha de los numantinos por defender sus ideales de independencia con bravura sin precedentes” (Ballesteros 1942); y el texto de Maillo ensañaba como fue en tiempos de los íberos, “primeros habitantes de nuestra patria”, cuando se empezó a conformar “la base racial de la gran familia española”, para a partir de aquí comenzar a ensalzar el nacionalismo y el arrojo demostrado por los numantinos: “cuando entraron en la ciudad las tropas romanas, sólo hallaron en ella ruinas, cenizas y cadáveres, muestras preciadas del estoico valor y el amor a la independencia de la noble raza española, que prefiere la muerte a perder la libertad y el honor. Los escombros y restos gloriosos de Numancia son un monumento imperecedero al heroismo y bravura de las gentes de España” ( Maillo 1942).


Según fue afianzándose el Estado español, lejos de objetivar los datos extraídos de la Historia Antigua y de reducir su influencia y su consideración en la aportación para la “historia nacional”, estos fueron empleados para ensalzar y justificar la naturaleza y la existencia del propio régimen, además de contribuir a fomentar ideas contrarias a todo lo extranjero y de fomentar el patriotismo. Almagro Díaz, en los guiones utilizados por la Jefatura del Frente de Juventudes para la formación histórica de los aprendices españoles, reconocía como al pueblo español le había cabido la enorme responsabilidad y gloria de ser uno de los pocos pueblos determinantes para la historia de la humanidad, ya que según él, el relato de la historia nacional permitía demostrar que España había sido un pueblo digno y decisivo, rastreable desde la Edad Antigua: “Numancia y otras, como Sagunto, y como los prisioneros españoles, prefieren acabar por la hoguera o el veneno antes de ver rebajado su sentido de la dignidad y de la hermandad mutua por la esclavitud a un extranjero (Almagro Díaz 1948: 30-31), además de criticar la división de los iberos, algo que por otra parte era considerado como “frecuente en nuestra raza” y un “defecto español” fruto de un “localismo orgulloso” (Almagro Díaz 1948: 68). El “patriotismo numantino” será recogido y destacado por casi todos los libros escolares, de este modo en el Ventanal de España (1949) se enseñaba como “el mismo Duero, que lame los muros de la vieja ciudad, fué testigo del sacrificio sublime e insuperable de los numantinos en aras de la lealtad, del patriotismo y de la independencia sacrosanta de la Patria”; el de Edelvives (1954) indicaba como en la provincia de Soria se protagonizó “una de las mayores glorias de la Patria (...) Allí estuvo la ciudad heroica, espanto de la poderosa república romana (...) dando su postrer aliento por la independencia de la patria. Ved aquí un ejemplo inaudito de valor, de fiereza, de tenacidad y de amor a la patria”; y se aleccionaba a los estudiantes para que fuesen conscientes de que “los celtíberos fueron gente noble y amante de la libertad (...) Para ellos, como para todos los españoles buenos patriotas, el morir luchando por la patria era un honor” (Martí Alpera, 1955).

La tesis mantenida sigue siendo la de “la continuidad histórica y de su misión en todas las épocas, y especialmente en la antigüedad clásica. Viriato (como luego Trajano, Cortés y José Antonio) y todos los grandes capitanes hispanos, como ibéricos se consideran uno más entre sus hermanos y camaradas, y combaten por la misma causa” (Almagro Díaz 1948: 68). Al mismo tiempo, en algunos libros se continuaban transmitiendo, junto al patriotismo de los numantinos, las ideas castellanizantes en la configuración del Estado español, recordando lo mucho que se le debía a la provincia de Soria: “cerca de Soria, junto al padre Duero, que arrulló con el murmullo de sus aguas el nacimiento y desarrollo de Castilla, en dónde se alza una colina, sobre cuya cima un obelisco proclama que allí estuvo emplazada la ciudad de Numancia” (Maillo 1942).


También es digno de reseñar como la manipulación de los hechos históricos para justificar la existencia del régimen se tradujo, especialmente durante los años 40 y 50, en ciertos cambios en las imágenes escolares (Valls, 1995: 113; y Ruiz Zapatero y Álvarez Sanchís 1997: 624), dándose primacía a aquellas que por su carga emotiva servían mejor para exaltar el patriotismo y las características heroicas ejemplares, como las gestas protagonizadas por Sagunto y Numancia, los considerados “primeros mártires” de la independencia de España como Indíbil y Mandonio y el “caudillo Viriato”. Estas ilustraciones estarán inspiradas claramente en la pintura del siglo XIX, en el caso de Numancia sobre todo a partir de la obra de Alejo Vera, (con escasa veracidad histórica pero con gran dramatismo), que es la que va a repetirse en la gran mayoría de los libros de texto escolares, llegando a realizarse, una manipulación visual del pasado de forma interesada y descarada (Sopeña 1994 y Valls 1994). No obstante, y aunque como hemos podido apreciar anteriormente, la interpretación de la historia en ésta época no es en algunos casos radicalmente distinta de la idea transmitida en la segunda mitad del siglo XIX (Ruiz Zapatero y Álvarez Sanchís 1997; de la Torre 1998 y Boyd 2000), al haber sido construidos muchos de sus paradigmas sobre principios de herencia decimonónica, no cabe duda de que las enseñanzas nacionalcatólicas exageraron y manipularon los hechos históricos en su propio interés, con un nacionalismo extremo, surgiendo historias distorsionadas y en ocasiones enriquecidas, con la intención de mostrar mensajes patrióticos a la sociedad, fundamentalmente a los jóvenes. En el libro Numancia. Epopeya histórica narrada a la juventud de Poch Noguer (1952: 8) se ensalzaba a Numancia considerándola como una “Odisea única en la Historia” que “En defensa del honor patrio humillaron a la orgullosa Roma (...) llegando a considerar el nombre de Numancia como sinónimo de “libertad y heroismo”, y que debería ser tenido presente por toda la humanidad con entusiasta admiración al tratarse de un “Buen ejemplo para vosotros, jóvenes de estirpe hispano-americana”.


Por último, y para acabar con éste rápido viaje diacrónico que nos ha permitido tratar brevemente algunos ejemplos significativos del empleo de Numancia, nos gustaría finalizar con una de las últimas obras que en época franquista ensalzaron el carácter “racial” de la ciudad celtibérica, apreciando en ella el penúltimo eslabón de una cadena de “aportaciones” a la historia numantina, que había comenzado con su destrucción en el año 133 a.C. Se trata del libro “Numancia, Espíritu de una raza” en el cual se elevaba a Numancia al punto más alto jamás alcanzado por ningún otro hecho acaecido en la historia de España y a la que España poco menos que debería su existencia: he aquí la ciudad celtibérica, o netamente española, por excelencia. A ninguna otra acción de sacrificio, como la suya, no igualada hasta ahora por pueblo alguno, le debe tanto España la permanencia de su ser, de su temple razial, maravillosamente inconfundible”. “Numancia fue vencida aparentemente (...) pero “no dio el espíritu. Este quedó flotando sin dominio posible en toda la península. Y él, indomable y eterno ha triunfado de todo perdurar y honrar a sus creadores. Numancia, pues, es nervio y corazón del español” (s.a. 1968: 1). “Esto en resumen fue Numancia: la plasmación de lo que somos: espíritu inmortal. Y a Numancia, por tanto, debe España su ser (s.a. 1968: 1).


Aún así, desde finales de los años cincuenta y sobre todo a partir de la década de los sesenta se había comenzado a hablar de nuevo de crisis de identidad nacional. Vicens Vives (1957 y 1960) será el primero que trate ésta situación, considerando que se debía a dos factores principales como son el despertar del espíritu regionalista por un lado, y por otro al desarrollo de una vocación europea dentro de España. Esto ha llevado, desde entonces, a la necesidad de realizar reinterpretaciones de nuestro pasado, con revisiones historiográficas del papel jugado por la historia, la imagen, el arte, la escuela, la arqueología, etcétera, en la Historia de España. En este proceso estamos sumidos actualmente, al haberse acentuado la importancia que tienen los hechos históricos a la hora de encauzar las identidades nacionalistas y autonómicas, al mismo tiempo que están sirviendo para reafirmar las visiones europeísta.


CONCLUSIONES


Aunque algunos libros, artículos y obras de autores ilustres no han sido citados, dada la inmensa bibliografía y el continuo y extenso uso que se ha dado a Numancia para reafirmar las diferentes ideologías e identidades emergidas en los últimos cinco siglos, creemos que aparecen suficientemente cimentados los argumentos de su empleo ideológico a lo largo de este tiempo en la historia de España.


Es evidente que la construcción de identidades es un proceso lento, al que en cada momento histórico se han ido añadiendo nuevos elementos para generar y configurar una imagen del “carácter”, del “espíritu” y de la “forma de ser” de los españoles, con la pretensión de hacer ver que esos atributos eran identificables desde la Antigüedad hasta los diferentes momentos “presentes”. Por ello, los enfoques desde los que se ha partido a la hora de crear dichas identidades han ido variando con el paso del tiempo, elaborando cada época su propia visión del pasado y realizando una revisión y una constructio de los hechos históricos en función de sus propios intereses y motivaciones, encaminada casi siempre a legitimizar y enraizar el poder con el pasado, independientemente del signo ideológico del que este se vistiese.


Cuando se hizo necesario rescatar, de entre los acontecimientos de la historia antigua de España, ejemplos que sirviesen para comparar y vincular las “grandezas contemporáneas” con las “glorias pasadas” ocurridas en suelo peninsular, Numancia fue tenida como un referente continuo. De este modo, su historia ha sido recordada y utilizada de manera constante, más que cualquier otro hecho de la Antigüedad española, debido, no cabe duda, al dramático desenlace al que se vio avocada y al reconocimiento social que obtuvo su titánica lucha contra un enemigo mucho más poderoso. Pero sobre todo porque se trató, al igual que Sagunto, de una gesta colectiva llevada a cabo por todos sus habitantes, lo que la acercó, más si cabe, a la población española, por encima de otras hazañas individuales. Al mismo tiempo, el hecho de estar enclavada en el corazón de Castilla la hizo colocarse en una posición de salida privilegiada, sobre todo en aquellos momentos en los que primaron los patrones castellanizantes y centralizantes a la hora de configurar la idea de España.


Todas estas consideraciones han contribuido a que se hayan realizado más representaciones artísticas y literarias acerca de la historia de Numancia que de ningún otro hecho histórico de la Antigüedad española, a lo que indudablemente también colaboró el impulso que recibió a partir de la tragedia La Destrucción de Numancia, escrita por Miguel de Cervantes, que la dotó de una fama y reconocimiento universal. Además, su nombre ha venido empleándose, y continúa reconociéndose así hoy en día, como sinónimo de resistencia y de defensa a ultranza contra el enemigo, e incluso ha sido considerada durante mucho tiempo como símbolo de patriotismo, como espejo al que asomarse en épocas de crisis de identidad y como una hazaña definitoria del carácter nacional. Por eso, no es de extrañar que en muchas ocasiones haya parecido como sí los numantinos no hubiesen luchado sólo por su libertad e independencia, sino que más allá del espacio territorial que dominaba Numancia, y como sí con una visión de futuro, su sacrificio y tenacidad hubiesen sido necesarios para definir el “espíritu español” y configurar el “carácter de nuestra raza”, como se llegó a decir a inicios del siglo XX. Con el tiempo los numantinos pasaron de luchar por “su patria” a luchar por “nuestra nación”, siendo empleada su gesta como paradigma del espíritu de libertad del pueblo y también como abnegado ejemplo de patriotismo español del que se hizo eco la historiografía decimonónica a la hora de configurar y conformar las bases de una identidad nacional. Sin embargo, también hemos podido apreciar como el uso de Numancia no es identificable con una doctrina política concreta, sino que ha sido empleada en diferentes épocas, casi de manera continua, por la gran mayoría de corrientes ideológicas que, desde inicio del siglo XIX, han visto la luz en territorio español, independientemente de su signo político e ideológico. Así, podemos advertir como fue utilizada durante la Reconquista, la Ilustración, La Guerra de Independencia, el Desastre colonial del 98 o la Guerra Civil; o como se hicieron eco de ella vascoiberistas, liberales, regeneracionistas, tradicionalistas, monárquicos, republicanos, nacionalcatólicos, franquistas, etcétera, aunque cada uno de ellos haciendo primar unos aspectos de la gesta numantina por encima de otros, según el prisma ideológico y conceptual al que estuviera expuesta.


Pero al mismo tiempo que la historia de Numancia iba recibiendo nuevas aportaciones en su consideración de hazaña patriótica constituyente de la identidad española, se ha venido produciendo una acumulación de informaciones que han ido deformando y distorsionando la realidad, dejando en un segundo plano las noticias históricas, al haber sido manipulados o interpretados muchos de sus datos erróneamente. De ésta manera, Numancia ha visto y sufrido cambios de ubicación; se ha dado por hecho que no hubo supervivientes, lo que fue empleado para demostrar su amor por la libertad y su patriotismo contra todo lo extranjero; se ha llegado a negar la existencia de murallas, lo que además permitía incidir en el valor y en la bravura de los numantinos; e incluso se han visto variados datos, a priori básicos, como son la duración de la contienda y del asedio de Escipión, por no hablar de las fluctuaciones en el número de combatientes o de la presencia de Viriato y sus lusitanos en la ciudad celtibérica, para estrechar con ello las relaciones entre los dos símbolos de la Antigüedad hispana en su lucha común contra Roma, y más allá, “en defensa de España” y de la “integridad e identidad nacional”.



José Ignacio de la Torre Echávarri




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